…Tras el triunfo de la Revolución Cubana, el Che impulsó la creación del INRA (Instituto Nacional de Reforma Agraria), fue Presidente del Banco Nacional y, después, Ministro de Industria. También representó a Cuba ante organismos internacionales, como la ONU o la OEA, así como en numerosas visitas oficiales a infinidad de países. Durante este período, además de tener cuatro hijos con su mujer Aleida March, escribió artículos para la revista “Verde Olivo” que él mismo había fundado, publicó libros de ensayo político-social (La guerra de guerrillas, El socialismo y el hombre en Cuba) y de memorias (Pasajes de la guerra revolucionaria) y se convirtió en el mayor ideólogo de la Revolución. El Che abogaba, como condición imprescindible para el advenimiento de una nueva sociedad, por la necesidad de forjar también un “hombre nuevo”, un individuo impregnado de una fuerte ética personal que lo impulsara a la solidaridad y al bien común sin necesidad de ninguna contraprestación. Como modelo de esta actitud instauró la práctica del “trabajo voluntario”, y él mismo daba ejemplo acudiendo sábados y domingos a trabajar voluntariamente a la zafra de azúcar, los centros de producción industrial o las obras de construcción. Por las noches, estudiaba Economía.
Mientras tanto, EE.UU. había roto relaciones diplomáticas con Cuba, había decretado un embargo económico que dura hasta el día de hoy, y había orquestado múltiples actos de agresión contra la isla, como la fallida invasión de la Bahía de Cochinos en 1961. Antes, el cuatro de marzo de 1960, la CIA había hecho explotar en el puerto de La Habana el barco belga “La Couvre”, que transportaba armas a la isla. Al día siguiente, en el acto de homenaje a las víctimas del atentado, el fotógrafo cubano Alberto Korda tomaría la famosa instantánea que se ha convertido en el mayor icono contracultural del siglo XX, mientras el Che seguía el acto desde la tribuna de personalidades. Ésta es la foto original, sin recortar.
En parte obligado por el bloqueo estadounidense, Cuba había entrado a formar parte de la órbita de la Unión Soviética, y había adoptado el socialismo científico de inspiración soviética como forma de gobierno. Cuba era, desde abril de 1961, oficialmente un país comunista. Esta deriva fue apoyada y promovida por el Che, que hacía años que era un marxista-leninista convencido y que, como Ministro de Industria, había firmado y firmaría múltiples acuerdos comerciales con la mayoría de países del bloque soviético. Sin embargo, parece que en poco tiempo el Che habría de decepcionarse de la política exterior de la URSS. El Che defendía el internacionalismo y la fraternidad entre los pueblos, y su empeño era extender la revolución a todos los países del tercer mundo. La Unión Soviética, por su parte, defendía la “coexistencia pacífica” con el bloque capitalista encabezado por EE.UU., y practicaba unas relaciones comerciales abusivas sobre los países que operaban bajo su influencia. Estas diferencias se pusieron de manifiesto el 24 de febrero de 1965, en el famoso discurso que Ernesto Guevara diera en Argel. En dicho discurso hace un encendido alegato a favor de la revolución permanente y la solidaridad entre los pueblos, y acusa a la Unión Soviética de permanecer indiferente ante las luchas emancipatorias de los países empobrecidos, y de aprovecharse de la situación de estos países vendiéndoles armas y tecnología a precios abusivos, a cambio de unas materias primas a las que no daba su verdadero valor (la propia Cuba, que se veía obligada a vender su azúcar a la URSS a precio de saldo, y a cambio de material industrial obsoleto, era un buen ejemplo de ello, aunque el Che se cuida de mencionarlo específicamente en su discurso). Cuando el Che volvió de Argel, el 14 de marzo, en el aeropuerto de la Habana, a pie de escalerilla, estaba esperándole Fidel Castro. Aunque es fácil suponerlo (es evidente que Castro dependía para la supervivencia de Cuba del apoyo soviético, y que no se podía permitir el lujo de que uno de sus ministros criticara de esa forma a la URSS en público), nadie sabe lo que hablaron.
El Che desapareció de la vida pública, y durante varios meses no se supo qué había sido de él. En EE.UU. se especulaba con la posibilidad de que hubiera muerto, mientras en La Unión Soviética y en el seno de los partidos comunistas de todo el mundo se le tildaba de “trotskista”, “anarquista”, “idealista” e “indisciplinado”. Por fin, el 3 de octubre de 1965, Fidel Castro leyó en la Plaza de la Revolución la celebérrima carta dirigida a él mismo, en la que el Che renuncia a todos sus cargos en Cuba y anuncia su intención de continuar la lucha armada en otras latitudes (“Otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos. Yo puedo hacer lo que te está negado por tu responsabilidad al frente de Cuba y llegó la hora de separarnos”). Desde la primera vez que leí esa carta encontré una frase que me llamaba la atención, y que reproduzco aquí en cursiva:
“Digo una vez más que libro a Cuba de cualquier responsabilidad, salvo la que emane de su ejemplo. Que si me llega la hora definitiva bajo otros cielos, mi último pensamiento será para este pueblo y especialmente para ti. Que te doy las gracias por tus enseñanzas y tu ejemplo al que trataré de ser fiel hasta las últimas consecuencias de mis actos. Que he estado identificado siempre con la política exterior de nuestra Revolución y lo sigo estando. Que en donde quiera que me pare sentiré la responsabilidad de ser revolucionario cubano, y como tal actuaré. Que no dejo a mis hijos y mi mujer nada material y no me apena: me alegra que así sea. Que no pido nada para ellos pues el Estado les dará lo suficiente para vivir y educarse.”
No hace falta haber leído la Semántica estructural de A. J. Greimas para darse cuenta de que la frase que he resaltado, orientada al pasado y de un contenido institucional, no encaja en un contexto de frases que se orientan al futuro y que presentan un contenido más íntimo y personal. Tanta es la disonancia que, a mi juicio, más que afirmar lo que dice, pone en evidencia el punto de divergencia fundamental que en aquel momento tenían el Che y Fidel. Después del revuelo del discurso de Argel, no me cabe duda de que esta frase es una concesión de Guevara para facilitar las relaciones diplomáticas entre Cuba y la URSS, si no una sugerencia expresa de Fidel Castro durante su redacción.
En todo caso, no sería la única aportación de Fidel Castro a la redacción de esta carta. La segunda, ésta completamente involuntaria, pasaría masivamente a formar parte de la fraseología popular sobre el Che. Al parecer Guevara había escrito en su despedida “Hasta la victoria. Siempre, ¡Patria o muerte!” La endiablada caligrafía del Che, y su tendencia a usar las mayúsculas con valor enfático, harían a Fidel equivocarse y leer “Hasta la Victoria Siempre. ¡Patria o muerte!”. Como sabemos, así se quedó.
(NOTA: la confusión en la lectura de la consigna de despedida la he tomado del documental de Tristán Bauer Che, un hombre nuevo (2010); las elucubraciones sobre la frase en la que el Che se refiere a la política exterior de Cuba, son exclusivamente mías)
El Che escucharía la alocución de Castro desde el Congo, adonde había acudido con un grupo de incondicionales guerrilleros cubanos para apoyar la lucha del Comité Nacional de Liberación (CNL) de ese país. La campaña del Congo fue un desastre, un “completo fracaso” según sus propias palabras, y en julio de 1966 ya se encontraba clandestinamente de nuevo en Cuba donde, con el apoyo extraoficial de Fidel, organizó una nueva guerrilla con destino a Bolivia. Su intención era crear en Bolivia, en la Cordillera Oriental perteneciente al Departamento de Santa Cruz, el foco revolucionario definitivo que habría de extenderse por Perú y Argentina, y culminar con la liberación de toda América Latina. En Bolivia, lo describiré en los próximos artículos, el Che encontraría la muerte, y sus restos reposarían en una fosa común hasta que en 1997 un grupo de científicos cubanos lo exhumaron y fueron trasladados a Santa Clara, la ciudad en la que él comandó la batalla que tendría que ser definitiva para el triunfo de la Revolución. Allí, en Cuba, en Santa Clara, visitando el mausoleo del Che y su museo adjunto, comencé hace doce años a interesarme a fondo por la figura de Ernesto Guevara. Ahora, en Bolivia, he intentado rastrear sus últimos pasos.
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