"La diferencia entre un turista y un viajero reside en que cuando un turista llega a un sitio sabe exactamente el día que partirá. El viajero, sin embargo, cuando llega a un lugar, no puede saber si acaso se quedará allí el resto de su vida" Paul Bowles.

viernes, 8 de octubre de 2010

AVISO PARA NAVEGANTES

Mañana monto en una avioneta para trasladarme a la comunidad indígena de Sarayaku, en la selva del Oriente central de Ecuador. Mi intención es permanecer allí al menos un par de meses, hasta diciembre, apoyando a la profesora de Lengua Castellana y Literatura en el colegio bilingüe (kichwua-castellano) de la comunidad. Aunque habitualmente disfrutan allí de internet, me han comentado que en la última tormenta se cayó la conexión. Dicen que la van a arreglar pronto, pero no sé si será así. Por ello, es probable que no pueda retomar este blog hasta diciembre. Cuando lo haga tendré, por supuesto, preparadas unas cuantas entradas sobre mi experiencia en Sarayaku. Mientras tanto, gracias a todos los lectores, en especial a los comentaristas, tanto los públicos como los que os expresáis a través del correo electrónico, y hasta pronto. ¡Ah! y al anónimo lector de Benedetti, gracias por el fuego.

MUISNE (IV): WILLIAM CHILAS


Este señor es William Chilas, pescador. Al menos lo fue cuando en Muisne había pescado, y ahora también lo es, pero hay que admitir que ya no es su actividad principal. Ahora se dedica a fabricar dulce con los cocos que le dan las palmeras de su terreno al Norte de Muisne, a venderlo por las calles del centro, y a gestionar una cabaña de turismo comunitario. William Chilas es una de las personas con las que trabaja Fundecol.

Esta cabaña, con capacidad para cuatro personas, cuarto de baño completo, agua canalizada y luz, tiene un coste de fabricación de cinco mil dólares, aportados por Fundecol. El precio por dormir en ella es de siete dólares por persona, comidas aparte, y la estancia incluye actividades como ir de pesca en bote y mariscar con William y su familia, y tener el placer de ver cocinar y comer luego lo recogido. También se hacen visitas a los manglares, se conoce el proceso de reforestación y, si se quiere, se participa en él. Naturalmente, también hay tiempo para descansar y bañarse en un entorno francamente privilegiado. 




Los beneficios generados por los turistas comunitarios se reparten de la siguiente manera: el 20% para Fundecol, el 70% para William Chilas, y el 10% queda como fondo para seguir ampliando la red de cabañas, y que otras familias se vean favorecidas por el proyecto. Las ONGs extranjeras que apoyan a Fundecol proporcionan personas concienciadas e interesadas en este tipo de turismo, y la propia Fundecol tiene convenios con universidades ecuatorianas para que sus alumnos ocupen las cabañas, así que, me dice William, no faltan huéspedes.
William lleva un año embarcado en este proyecto y, dice, está contento. La gente que viene es muy amable y simpática, y el trato con ellos es muy enriquecedor. Bueno, esto más o menos lo digo yo, y él asiente. La timidez con que me recibe y responde a mis preguntas me hace pensar que William no se ha adaptado todavía del todo a su nueva situación.
  
No hay un país de los llamados "en vías de desarrollo" que no haya sacado la cabeza gracias al turismo. Thailandia, Vietnam, Senegal, Cuba o la Dominicana han visto aumentado extraordinariamente su PIB debido al turismo de masas. Pero el turismo de masas provoca una grave degradación medioambiental, un terrible impacto en el tejido sociocultural, y además los beneficios suelen estar tan mal repartidos que no compensan el daño infligido a una gran mayoría de la población. El turismo comunitario, sin embargo, es respetuoso con el medio ambiente, apenas altera el tejido sociocultural y los beneficios recaen directamente en la comunidad, con lo que se convierte en un buena fuente de ingresos para colectivos que han visto desaparecer sus fuentes de riqueza tradicionales, como es el caso de Muisne. Para los visitantes, este tipo de turismo es una excelente oportunidad de integrarse en una cultura y una forma de vida de la forma más auténtica posible. Yo he practicado y, sin duda, seguiré practicando, el turismo comunitario. Pero no dejo de entender que haya personas, como Peter me dio a entender en Olmedo, que lo consideren una forma de rendición.

MUISNE (III): GILSON



Ilustro este artículo con esta  foto porque éste fue el bar donde conocí a Gilson, pero la noche que conocí a Gilson no llevaba la cámara, y no pude fotografiarlo. Gilson no tendrá más de veintidos o veintitres años. Es un mulato claro de rasgos y ademanes dulces y equilibrados, y habla en un volumen de voz tan tenue que te obliga, para poder escucharlo, a concentrar en lo que dice toda tu atención. Me invitó a una cerveza, y enseguida me cayó bien, porque no me ofreció marihuana ni me sacó ninguna de las típicas conversaciones con las que a veces te quieren enredar.  En lugar de eso comenzó, amablemente y sin ni siquiera preguntar mi nombre, a relatarme su vida. 
Gilson lleva apenas seis meses viviendo en Muisne, y no conoce prácticamente a nadie, aparte de su mujer y su hijita de año y medio. En la ciudad de Esmeraldas, la capital de la provincia, le ofrecieron un trabajo aquí, y aquí se vino con su familia. Gilson trabaja en una piscina camaronera. Vive en una casita en la orilla de la piscina y su labor es vigilar un poco y, sobre todo, verter en la piscina los abonos químicos que le proporcionan los biólogos cuando se pasan por allí cada quince días, y le dan el cuadrante. A Gilson se le nota la   admiración en la voz, cuando habla de los biólogos.
 
Gilson está contento. No se adapta mucho a Muisne, pero tiene un trabajo cómodo que le permite estudiar por las tardes en el centro de adultos para sacarse el graduado (Gilson sólo estudió hasta tercer grado). Con el graduado, podría volver a Esmeraldas y colocarse en una planta conservera donde ganaría 480 dólares al mes.  Dinero suficiente para proporcionarle a su hijita una buena educación, que es lo que más le preocupa. Gilson en la piscina gana 250 dólares al mes, pero se portan bien con él: le dan 30 dólares semanales,  y a los ocho meses recibe el resto de golpe. Si Gilson quiere algún adelanto, también se lo dan sin problemas. De hecho acaba de pedir 600 dólares para comprarle una computadora portátil a su mujer, y ya ella la está usando, en su casita a la orilla de la piscina camaronera.


Mientras escucho esto, no puedo evitar relacionarlo con mis lecturas. Demasiado sé yo que el sistema de adelantos ha servido durante siglos para, en la práctica, esclavizar a los trabajadores de por vida. En las caucherías, en las haciendas, en las minas. En toda Latinoamérica. Mientras Gilson me enseña en su móvil las fotos de su hija, lo miro y le deseo en mi pensamiento que  sepa  tener la cabeza fría. No quiero imaginarme a Gilson dentro de unos años encerrado en esta isla en la que no conoce a nadie, con un trabajo que sin duda no le hará ser muy apreciado entre la población autóctona, recibiendo treinta dólares a la semana y pendiente de una deuda que nunca podrá pagar. Me resisto a pensar que las cosas sigan funcionando así.
Al menos, Gilson tiene la ventaja de que no tolera mucho el alcohol. A la tercera cerveza (en Ecuador las cervezas son de 60 centilitros) cayó en una brusca melancolía. Se levantó, me dio la mano y, un poco tambaleante, se fue. Nunca más lo volví a ver. 

MUISNE (II): FUNDECOL



En la sede de FUNDECOL (en la imagen), su presidente, Marcelo Cotela, abunda en datos de una historia que ya conozco. Aquí comenzaron a talarse los manglares en 1989, y en pocos años el cantón Muisne pasó de tener 20.000 hectáreas de manglares a sólo 3.500, con el desastre ecológico que eso conlleva (en toda la provincia de Esmeraldas ha desaparecido en los últimos 20 años el 80 % del manglar). Una de las especies extinguidas en Muisne es el propio camarón. La industria camaronera ha acabado ya por completo con el camarón silvestre en estas costas, por eso muchas piscinas están ahora abandonadas, y las que quedan trabajan con larvas de laboratorio inseminadas artificialmente, que los biólogos traen de quién sabe dónde.

Las especies que no han desaparecido escasean. Hace veinte años, por ejemplo, un mariscador podía capturar en un mañana 500 conchas fácilmente, con lo que le sobraba para tener un nivel de vida adecuado. Hoy, con dificultad llegan a recolectar 40 o 50 (Esto que me cuenta Marcelo lo he podido comprobar yo personalmente: el señor que se lava en los exiguos manglares, después de toda una mañana de trabajo, se había hecho con el cubito que puede verse en la imagen. Cuarenta conchas). Quizás el día que más pescado recogan sea cuando, cada tres meses, las piscinas se vacían para recoger el camarón, y todos los pescadores de la zona acuden a capturar los ejemplares de otras especies que se han criado accidentalmente allí, al filtrar el agua de mar, y que la empresa desecha. 

El gobierno de Rafael Correa ha reaccionado hasta cierto punto, y ha sacado una ley obligando a las empresas a reforestar del 10 al 20% del territorio que tengan declarado, pero Marcelo se queja de que en Esmeraldas el 90% de las piscinas son ilegales o están abandonadas, y de ellas nadie se responzabiliza.

FUNDECOL (Fundación de Defensa Ecológica) nació en 1989, a partir de la inquietud de doce o trece jóvenes que se reunían en la parroquia de Muisne. En la actualidad la fundación coordina a catorce grupos de pescadores y campesinos de la zona y, con financiación de ONGs estadounidenses e italianas, se dedican a reforestar los manglares (tienen concedido por diez años el comanejo del manglar con el Ministerio del Medio Ambiente) y a diversas actividades encaminadas a elevar el nivel de vida de la población afectada: actividades de banca solidaria, huertas ecológicas, "pase de cadena" de productos agropecuarios, implantación de viveros para repoblar el manglar de las especies extinguidas y, sobre todo, proyectos de turismo comunitario como fuente alternativa de ingresos. Marcelo conoce a Peter, de Olmedo, y sabe bien el ambiente de tensión que se está viviendo allí: en los "buenos tiempos", cuando las piscinas daban mil kilos de camarón por hectárea cada tres meses, guardias armados paseaban por las costas de Muisne disuadiendo de la reforestación. Las primeras cabañas de turismo comunitario salieron sospechosamente ardiendo a las pocas noches de ser inauguradas, y no quedó nada de ellas. Tal vez ahora que no queda ni un sólo camarón silvestre en la isla de Muisne, dejen a sus habitantes vivir y trabajar en paz y, poco a poco, veamos crecer el manglar.

jueves, 7 de octubre de 2010

MUISNE (I): SUS CUATRO PUNTOS CARDINALES


 En su lado Este, la isla de Muisne (al sur de la provincia de Esmeraldas) se abre al Pacífico. Son 12 kilómetros de playa virgen, con pelícanos que vuelan a escasos metros de la orilla, y centenares de cangrejos que van ocultándose en la arena a tu paso. Por las mañanas, muy temprano, se ven pasar a los arrieros con las vacas, camino de alguna zona de pastos, y por las tardes las colegialas acuden a bañarse después de las clases.


En la playa de Muisne sólo hay dos o tres hostales un poco destartalados pero muy acogedores, donde sirven un excelente pescado, y desde cuyas habitaciones se puede disfrutar de la vista que encabeza este artículo. En Muisne las montañas cercanas provocan un microclima que hace que casi siempre esté nublado, y que a menudo llovizne, pero eso en la zona ecuatorial más bien es una ventaja, y el agua del mar aquí siempre está caliente. La verdadera razón de que aquí no haya turismo es que casi nadie sabe que existe Muisne.



Al Oeste está el muelle al que llegan las gabarras que conectan Muisne con el continente, y el bullicioso centro del pueblo que ha crecido a su alrededor.




En Muisne están en visperas de fiesta: los niños de las guarderías desfilan de la mano de sus madres y sus maestras.



Las adolescentes ensayan sus murgas.



Y las muchachas se dejan fotografiar en las barras de los bares.




Por la noche funciona ya un entrañable parque de atracciones.






































Definitivamente, al Este y al Oeste de Muisne las cosas están como deberían estar.



Al Norte y al Sur de Muisne, sin embargo, no sé si todo está como debería. A estos puntos me llevan en moto, porque al parecer es peligroso caminar solo por estos lados. Al Sur de Muisne deberían estar los manglares, fuente de riqueza tradicional de la zona, pero en su lugar están las piscinas camaroneras, en activo o abandonadas.

























Al Norte, y también al Sur, deberían estar las casas de los pescadores. Y sí, las casas están.




Pero yo creo que no están como deberían.



sábado, 2 de octubre de 2010

OLMEDO



Si mi compañero José Luis Nuevo está siguiendo este blog, le alegrará saber que fue su paisano y objeto de estudio, el cronista Miguel Cabello Balvoa, quien lo atestiguó: en 1533 el naufragio de un barco negrero en la costa norte del actual Ecuador posibilitó que 23 esclavos africanos (17 hombres y seis mujeres) se asentaran en estas tierras y dieran lugar a la extensa población afroecuatoriana que hoy es mayoría en la provincia de Esmeraldas. Eso dice la leyenda. La realidad es que, aunque el naufragio está bien documentado, estos 23 esclavos no hicieron más que unirse a una comunidad de cimarrones que ya estaba asentada en la selva, conviviendo y mezclándose con los indígenas (“cimarrón” es el término que se utiliza para designar a los esclavos negros huidos de las plantaciones y que se organizan en comunidades libres y clandestinas. Curiosamente, el mismo término sirve para los caballos que huyen de las haciendas, y forman manadas salvajes). En 1599 ya se autodenominaban “República de Zambos” (“zambo” es el término que se usaba para denominar a los hijos de africano e indígena), contaban con más de 100.000 miembros y gozaron de autonomía política y social durante toda la época colonial. Hoy en día, en el cabello liso y los ojos rasgados de muchos de los habitantes de la provincia de Esmeraldas, es fácil reconocer esta historia de mestizaje y libertad.

 
Olmedo es una minúscula población al norte de la provincia de Esmeraldas. Apenas dos calles de casas de pescadores en una lengua de tierra en el estuario de un río. En Olmedo se respira el olor del mar por todos lados, y los cangrejos deambulan por la calle como si fueran animales domésticos. 


En Olmedo siempre han vivido de la pesca, y era una vida fácil y productiva. El ecosistema sustentado por los manglares (los manglares de la provincia de Esmeraldas son, eran, los más altos y poblados del mundo) es generoso y extremadamente fértil. El guano de la inmensidad de pájaros que habitan en ellos se mezcla con los nutrientes vegetales, y sirve de alimento y lugar de desove a decenas de especies de mariscos y pescado, entre los cuales el camarón (lo que en España conocemos como gamba) es sin duda el más apreciado. Hasta hace doce años los camarones saltaban sobre las aguas del estuario, y los niños los pescaban a puñados con sólo enseñarles la red, como si fuera un juego. Hasta hace doce años, la vida era fácil en Olmedo. Hace doce años, la industria camaronera, que ya llevaba décadas instalada en el sur de la provincia, también llegó hasta aquí. 

El mecanismo de producción de la industria camaronera no puede ser más rentable, ya que consiste básicamente en esquilmar los recursos naturales de la zona hasta que ya no quede nada: se talan los manglares para construir grandes piscinas, se filtra el agua del estuario a las piscinas para absorber todas las larvas de camarón, se acelera su crecimiento con abonos químicos, y a los tres meses se recogen, se vacía la piscina y vuelta a empezar. En un día las camaroneras procesan el mismo pescado que antes la comunidad en un año. Durante ocho años las empresas camaroneras realizaron su actividad de forma ilegal, pero ya no: hace cuatro años que el gobierno las legitimó.

  En apenas una década, los efectos de esta predación han sido demoledores: 50 especies animales (aves, pescado y marisco) ha desaparecido de la zona ante la desmesurada tala de los manglares, el 40% de la población de Olmedo se ha visto obligado a emigrar ante la falta de recursos para subsistir, y los que quedan cada vez tienen que levantarse más temprano, y navegar más lejos, para intentar seguir pescando. En el momento en que visité Olmedo, llevaban una semana sin pescado, y los pescadores pasaban el tiempo a la espera, repasando sus redes.  




 Nuestro anfitrión en Olmedo fue Peter, presidente de APACOPBIMN (Asociación de Pescadores Artesanales de Comercialización de Productos Bioacuáticos Manglares del Norte), organización apoyada desde España por ASPA. Él nos cuenta que en estos años también el tejido social se ha visto seriamente afectado por la influencia de las camaroneras. La población de la zona se divide en tres bandos: los que, comprados o amenazados, defienden a las empresas; los que pasivamente observan los acontecimientos e intentan sobrevivir; y los que, como él y los otros miembros de su asociación, luchan por cambiar las cosas. Una lucha que les ha costado cara (el propio Peter se ha visto obligado a abandonar Olmedo y vivir en la clandestinidad, amenazado como está por los sicarios a sueldo de las camaroneras, y sólo de tarde en tarde, y con protección, puede volver a su localidad), pero en la que también han conseguido cosas: una concesión por diez años para gestionar los manglares de la zona, y proceder a su reforestación. En la mirada acuosa de Peter se reflejan los problemas que han tenido que afrontar, y la incertidumbre ante el futuro, pero él sigue defendiendo unos planteamientos muy claros: no quieren tener que emigrar (aunque él haya tenido que hacerlo), no quieren tampoco fuentes de ingreso alternativas, como puede ser el turismo comunitario. Lo que quieren es reforestar sus manglares, que se vayan las empresas camaroneras, y poder seguir viviendo como siempre, de la pesca. En Olmedo lo que quieren es que los dejen en paz. 




TELEGRAMA (II)


Ayer hizo un día soleado precioso, y hoy tiene trazas de ser igual. Da gusto pasear por Quito cuando no está nublado, y empaparse de esa luz deslumbrante que parece que desciende directamente del volcán Pichincha, recortado sobre un cielo intensamente azul. Como esperaba, la normalidad ha vuelto a la ciudad, aunque a costa de cinco muertos y más de doscientos heridos. Los policías sublevados, inexplicablemente, opusieron resistencia armada al ejército hasta el último momento, pero el presidente Correa fue liberado el mismo día del levantamiento y ya hace casi cuarenta y ocho horas que se ha hecho cargo de la situación. Parece claro que la insurrección ha sido un intento encubierto de golpe de estado, que claramente ha fracasado, y en la que los policías sólo han jugado un papel de punta de lanza: chivos expiatorios a los que ahora van a caerle encima todas las consecuencias. Rafael Correa y las instituciones democráticas salen, sin duda, fortalecidas de esto.
Debo decir que Correa es un presidente progresista bienintencionado que está haciendo mucho por mejorar la educación, la sanidad y las infraestructuras del país, así como por limitar los privilegios de determinadas clases y promover una mayor equidad social. Pero también es un hombre soberbio y prepotente, poco dotado para el diálogo, que en los tres años y medio que lleva en el poder ha visto como la mayoría de sus más estrechos colaboradores (Alberto Acosta es el ejemplo más notorio) han dimitido de sus cargos, y que cada vez se distancia más de organizaciones sociales que en su día le fueron afectas, como son los movimientos ecologistas y los indígenas. Esperemos que lo acontecido le haga, en el medio plazo, más permeable al diálogo y al consenso, como medio de aunar a todas las fuerzas de izquierda del país.
De momento, mientras la actualidad no se imponga de nuevo, yo sigo con el programa de publicaciones que me había establecido: un panorama de la costa.