"La diferencia entre un turista y un viajero reside en que cuando un turista llega a un sitio sabe exactamente el día que partirá. El viajero, sin embargo, cuando llega a un lugar, no puede saber si acaso se quedará allí el resto de su vida" Paul Bowles.

sábado, 28 de mayo de 2011

El Perito Moreno




Marzo de 1711. Una pequeña tribu tehuelche culmina sus rituales en el territorio sagrado que hoy conocemos como Campo de Hielo Patagónico Sur, en las Torres del Paine (“paine” significa “azul” en lengua tehuelche, por el color del hielo). Cae la nieve sobre las escasas pieles de guanaco con las que cubren su piel. Tal vez han escuchado, estos tehuelches, que unos dos mil kilómetros al norte, en la frontera con el río Bíobío, sus hermanos mapuches luchan encarnizadamente contra unos bárbaros y barbudos extranjeros, pero ellos aún no han sentido ninguna amenaza, ni esperan que pueda llegar. Se equivocan. Pronto los mapuches, ante la embestida blanca, se verán obligados a emigrar al sur, atravesarán los Andes, y convivirán y se mezclarán con los tehuelches en la inmensa estepa patagónica.



Allí resistirán hasta 1879, año en el que el general Julio Argentino Roca, futuro presidente de la República Argentina, emprenderá con éxito la llamada “Conquista del desierto”, con el declarado objetivo de exterminar los salvajes de toda esa tierra, y abrirle las puertas al progreso.


Dos años antes, el explorador y naturalista Francisco Pascasio Moreno, “el perito Moreno”, había sido el primer hombre blanco en llegar hasta los campos de hielo, y el primero en extasiarse ante el monumental glaciar que hoy lleva su nombre. Tan agradecido estaba a la ayuda que en sus expediciones le habían brindado los tehuelches, que reclamó varias docenas de prisioneros que conocía, caciques principales con sus familias completas, para que pasaran a integrar la “colección viviente” de su Museo de la Plata. Allí el público asistente podía comprobar, día a día, cómo iban muriendo de pena y de asco. Después, admiraron en las vitrinas sus esqueletos.

En 1905 desapareció el último tehuelche reconocido.



La estepa se llenó de estancias ovejeras de capital británico. Inmensos latifundios que rendían cuenta a sociedades anónimas ubicadas en Londres, y que eran administradas sobre el terreno por militares ingleses retirados. Durante la primera gran guerra en Europa el precio de la lana alcanzó límites estratosféricos, pero no por eso mejoraron las condiciones de semiesclavitud y precariedad en que se trabajaba en la Patagonia. Las huelgas de esquiladores, arrieros y obreros de las estancias, la mayoría emigrantes chilotes que habían cambiado el mar de agua por el mar de pasto, se resuelven con el fusilamiento de más de mil quinientas personas por parte del ejército argentino en 1921.

Pronto, la competencia de los tejidos sintéticos y la sobreexplotación de los pastos acabaron con el negocio. Los ingleses, un poco más ricos que cuando habían llegado, se fueron por donde habían venido, y la tierra, ahora baldía, volvió a quedar desolada.

Hoy muchas estancias están abandonadas, y otras se han convertido en hoteles de lujo. La ganadería es escasa y sólo para consumo interno. La mayor fuente de ingresos es el turismo, y es más fácil ver en la Patagonia un restaurante que una tienda de forraje y artículos de labor. Aún así, un pueblo de más de diez mil habitantes como El Calafate sigue siendo una gran urbe de crecimiento desmesurado en esta tierra de infinitas distancias y deslumbrantes soledades.


Han pasado muchas cosas en trescientos años, pero la nieve que cayó sobre las montañas aquel marzo de 1711 todavía está aquí. Apenas se ha movido treinta kilómetros recorriendo, en forma de hielo, la lengua del glaciar. Por fin, hoy, ante mis ojos, se desprende y cae desde una altura de más de sesenta metros, con estrépito de trueno, sobre las aguas del brazo Rico del lago Argentino. Este invierno, después de evaporarse del lago, la misma nieve que cayó trescientos años atrás sobre los tehuelches volverá a caer sobre los habitantes, los tejados y las calles de la localidad de El Calafate y, en el Campo de Hielo Patagónico Sur, el viejo ciclo, ajeno a los avatares de lo humano, recomenzará.




“El mundo comenzó sin el hombre y terminará sin él”, pronosticó Levi-Strauss. Ojalá sea así.  


Bibliografía:
Chatwin, Bruce. En la Patagonia.
Borrero, José María. Patagonia trágica.
Bayer, Osvaldo. La Patagonia rebelde.
Baez, Christian; Mason, Peter. Zoológicos humanos.

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