"La diferencia entre un turista y un viajero reside en que cuando un turista llega a un sitio sabe exactamente el día que partirá. El viajero, sin embargo, cuando llega a un lugar, no puede saber si acaso se quedará allí el resto de su vida" Paul Bowles.

miércoles, 1 de junio de 2011

Navimag


Pensaba pasar de Ushuaia a Río Gallegos, y subir por la costa argentina, pero en Puerto Natales, en la Patagonia chilena, me enteré de la posibilidad de abordar un barco de carga y pasajeros que navega hasta Puerto Montt a través de los fiordos chilenos. La cosa sonaba muy bien, me dejaba una semana para poder llegar hasta Ushuaia y volver, y desde Puerto Montt podía fácilmente pasar de nuevo a Argentina, a Mendoza, y seguir viajando por el centro de este país. Sólo quedaba un pasaje de los más baratos (camarote de 16 personas) y lo compré sin pensarlo más. Claro que si no hubiera hecho el viaje me estaría ahora lamentando de la experiencia perdida, pero lo cierto es que hasta cierto punto sí me arrepentí de haberlo hecho.




La empresa Navimag fue en su día, sin duda, una empresa dedicada al transporte de carga por la Patagonia, con inclusión de pasajeros ocasionales, pero hoy en día, aunque sigue transportando algunos camiones con animales u otro tipo de carga, lo cierto es que está totalmente volcada al turismo. Nos asignaron un guía que nos daba por las tardes conferencias bastante superficiales sobre Chiloé, los glaciares y no recuerdo qué más, por las noches proyectaban películas comerciales, y hasta el último día organizaron un bingo. El paisaje de los fiordos, que aún no estaban nevados, me pareció por lo demás bastante similar al del Cruce de Lagos (aunque, por supuesto, hubo estampas magníficas) y sólo uno de los cuatro días que duró la navegación el clima estuvo lo bastante apacible como para poder disfrutar del exterior más de cinco o diez minutos seguidos.




Al menos, una mañana paramos en Puerto Edén, y pudimos bajar a recorrer un par de horas el lugar. Puerto Edén es un pequeño poblado, integrado en su mayoría por descendientes de la etnia kawésqar, que se ha ido formando alrededor de la estación militar y el centro meteorológico que en 1937 estableció aquí la Fuerza Aérea chilena. En 1969 fue integrado al sistema nacional poblacional. Abastecido por buques de la Armada y con el barco de Navimag como única comunicación regular con el exterior, Puerto Edén debe ser uno de los sitios habitados más inaccesibles del mundo. A veces algún barco, en espera de pasar de día el canal denominado “la angostura inglesa” (está prohibido pasarlo de noche, por su peligrosidad) recala en su bahía.



 

En Puerto Edén han construido hace poco un colegio desmesuradamente grande para la actividad que presenta: en él reciben clase cinco niños, al cuidado de dos maestros. Uno tiene dos alumnos, en el ciclo inferior, y el otro tres en el superior. Me pregunto cómo sentará ser destinado aquí, a dar clase a dos niños y convivir con los pescadores kawésqar un curso escolar entero. Tal vez, quién sabe, fuera una experiencia memorable.









El pasaje estaba en su totalidad compuesto por extranjeros de edad más o menos mediana. Estadounidenses de Nebraska, Michigan, los estados de Washington o Nueva York, o incluso de Alaska. Canadienses, austriacos, suecos, y un par de rusos. Sin duda venían de escalar el Fitz Roy, o de pasar semanas explorando las Torres del Paine o la isla Navarino. A todos se les veía muy acostumbrados a practicar deporte en climas extremos, pero muy poco involucrados con la realidad social o cultural del país que visitaban (de hecho, la mayoría no hablaba español, y mi inglés es de mera supervivencia, así que pocas conversaciones pude tener). A ninguno parecía que el dinero le hubiera causado nunca ninguna preocupación (mi pasaje costaba 240 dólares, que no es poco, pero otros camarotes eran realmente caros) y la impresión que me dio la mayoría fue de que tenían un exagerado concepto de su propia importancia. Pronto vi que la estrategia era tener siempre a mano la computadora, un libro o un cuaderno de apuntes, y poner cara de estar muy viajado.





De modo que, aunque tuve algunas conversaciones interesantes (casi todo el tiempo con una estadounidense aficionada al kayak, al esquí de fondo y al esquí alpino, que hacía varios años que daba clases de inglés en el Centro Alemán, el colegio más prestigioso de Bariloche; pero también con otro estadounidense de casi sesenta años, muy buen conocedor de Sudamérica, y que quería comprarse una casa en Chiloé y retirase a vivir allí) en ningún momento llegué a sentirme cómodo, y tuve tiempo de sobra para leer a E. Lucas Bridges.


1 comentario:

  1. Qué buenas fotos! qué bien retratas la casi nada...
    este blog es una delicia, me encantó también la historia humana
    que cuentas en “el confín de la tierra” ... y todos los paisajes

    tanti abbracci y que sigas con tan buen rumbo!
    carmen p.

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