"La diferencia entre un turista y un viajero reside en que cuando un turista llega a un sitio sabe exactamente el día que partirá. El viajero, sin embargo, cuando llega a un lugar, no puede saber si acaso se quedará allí el resto de su vida" Paul Bowles.

lunes, 4 de abril de 2011

Iquique. Héroes y mártires (2. Los mártires)


Por primera vez, el desierto de Atacama comenzó a estar habitado. Las oficinas salitreras, erigidas en pleno desierto, eran auténticas ciudades que contaban con teatros, piscinas, y elegantes clubes sociales con salones de billar. Esto, claro, para los administradores e ingenieros, ingleses en su mayoría; porque para los trabajadores (chilenos, pero también en gran medida peruanos, argentinos y bolivianos) las oficinas salitreras eran poco menos que un campo de concentración. No otra cosa puede llamarse a un lugar donde vivían hacinados en precarios barracones propiedad de la compañía, vigilados por un sistema policial privado, con prohibición de salir libremente y compelidos a trabajar de sol a sol, a cambio de unas fichas que sólo podían gastar en las pulperías (almacenes) propiedad de la compañía. Vivir para trabajar. En las oficinas salitreras los hijos varones heredaban sin alternativa de sus padres el oficio de minero, y las hijas el de asistenta doméstica de ingenieros y administradores, aunque al parecer muchas escapaban a Iquique o Antofagasta, la mayoría de las veces para ejercer la prostitución.

En 1907, tras varios años de ignoradas peticiones al gobierno de Santiago, estalló la revuelta. Miles de trabajadores de distintas oficinas se declararon en huelga y acudieron con sus familias, mujeres y niños, en una gran marcha a Iquique, para protestar por sus condiciones de vida y de trabajo. Se refugiaron en la escuela Santa María. Dos mil doscientos. Tres mil seiscientos. Entre esas dos cifras se calcula el número de muertos que produjo la violentísima carga del ejército ordenada por el general Roberto Silva Renard.

Con el tiempo, la triste matanza de la Escuela Santa María de Iquique, en cuyos detalles no me quiero extender por no parecer morboso, se convirtió en un acontecimiento ampliamente reivindicado por la izquierda chilena, y dio lugar a diversos libros, obras musicales y representaciones teatrales. Yo, cuando tenía once, doce o trece años, escuchaba en una cinta de cassette de la discográfica "Movieplay" la Cantata popular de Santa María de Iquique, interpretada por el grupo Quilapayún, y quedaba sobrecogido ante una letra y una música que hoy probablemente me parecerían ingenuas artísticamente hablando, pero que tenían la virtud de la sinceridad y la inmediatez. 

Señoras y Señores 
venimos a contar 
aquello que la historia 
no quiere recordar. 
Pasó en el Norte Grande, 
fue Iquique la ciudad. 
Mil novecientos siete 
marcó fatalidad. 
Allí al pampino pobre 
mataron por matar.

Como este viaje es en gran medida un viaje de la memoria, de mi memoria, el recuerdo de la cantata que inauguró en mí el asombro ante el horror humano es el único motivo por el que me he parado a visitar esta ciudad. Y por ese motivo la he recorrido más allá de sus calles principales. Y por ese motivo, con un poco de pudor, he preguntado a la gente en las esquinas, hasta lograr esta deslucida foto.


Deslucida porque la escuela original, de madera, se quemó en 1934, e incluso la actual se encuentra en restauración. Esta otra es una foto del edificio tal cual era en 1907.


En el pequeño museo de la ciudad ubicado en el palacio Rímac se recuerda brevemente este acontecimiento. En un panel informativo se afirma, quizá para concluir con algún tono positivo, algo así como que “el sacrificio de estos mártires de la lucha obrera contribuyó mucho a mejorar las condiciones laborales de las futuras generaciones”. Me gustaría pensar que así fue, pero no estoy seguro de ello. Las condiciones de vida y de trabajo en las oficinas salitreras siguieron siendo las mismas hasta que, a finales de la primera guerra mundial, Alemania inventa el salitre sintético que rápidamente sustituirá al natural. Por este motivo, a partir de 1920 las minas entrarán en decadencia y Chile, cuyo presupuesto nacional dependía en un altísimo grado de la recaudación de impuestos a la exportación del salitre, entrará a su vez en una profunda crisis. También en 1920, cuando ya casi todo el capital inglés había huido del ahora poco rentable negocio, el gobierno chileno comenzó a dictar leyes de regulación laboral en las salitreras, entre las que se encontraban la obligación por parte del patrón a establecer una jornada laboral, y a pagar a los trabajadores con dinero de curso legal.


Hoy, los raíles por los que se transportaba el salitre al muelle de Iquique son motivo de embellecimiento en el cuidado centro histórico de esta ciudad. Las oficinas salitreras son "pueblos fantasma" que, restauradas, se han convertido en destino de excursiones turísticas. Iquique, con un clima templado todo el año, se ha especializado en el turismo de playa, y a lo largo de su moderna costanera una agradable brisa que trae un intenso olor a mar me hace recordar a mi ciudad natal. Estamos en febrero, pleno verano austral, e Iquique rebosa de veraneantes chilenos. Están de vacaciones, familias enteras, pero a mí me parecen apagados, algo sombríos, e incluso un poco tristes.


Terminaré por acostumbrarme a la idiosincracia de los chilenos. La influencia británica en este país, si exceptuamos quizá la Patagonia, es notoria. En la arquitectura por descontado, pero también en la omnipresencia del té, en el diseño de los bares y las pintas de cerveza que sirven (schops, las llaman aquí). En la costumbre de comer a base de sandwiches y de acompañar los platos principales con puré de patatas. Y también, me temo, en un laconismo y una distancia en el trato que no se compadece en absoluto con el carácter del resto de latinoamericanos. Aunque en esto último puede que hayan influido otras causas.


1 comentario:

  1. Los chilenos somos los ingleses de America del Sur. El tropicalismo es generalmente visto como vulgar y primitivo. No se puede decir que algo es perfecto o "divino" como dicen nuestros vecinos pseudo-tanos. Solo en bueno o está OK.
    Una mujer no es una "diosa" sino que solamente está "güena" y punto.
    La sobriedad es vista como de clase. Por supuesto que el dinero nuevo y el africanísmo reggaeton nos ha hecho bastante mella.
    Saludos a tutti, belli e brutti.

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