"La diferencia entre un turista y un viajero reside en que cuando un turista llega a un sitio sabe exactamente el día que partirá. El viajero, sin embargo, cuando llega a un lugar, no puede saber si acaso se quedará allí el resto de su vida" Paul Bowles.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Remontando el Ucayali

A pesar de las negras expectativas que tenía cuando escribí sobre un cuaderno el texto anterior, el viaje por el Ucayali hasta Pucallpa resultó muy apacible y, junto al que efectué hasta el desierto a través del valle del Draa, en Marruecos (¿te acuerdas, Carmen?), ha sido también el de mayor belleza plástica que yo haya realizado. Esta ruta está mucho más transitada, hay barcos todos los días, por lo que no había lugar a las apreturas que sufrimos en el “San Martín”, y apenas viajaba ganado a bordo. Aunque durante el día sí hacía mucho calor, por la noche se podía dormir en el camarote bastante bien, y sólo vi una cucaracha en los cinco días de travesía. Los que disponíamos de camarote no teníamos que hacer cola: el camarero nos traía la comida en un plato. Incluso los vecinos de hamaca se portaron y no pusieron demasiado reaggeton, y sí abundante bachata, que acompañaba dulcemente las espléndidas vistas.

El río Ucayali en este tramo es bastante estrecho y, al parecer, muy profundo. Se revuelve en infinidad de curvas, por lo que casi siempre navegábamos rozando una de las orillas. Las aves se asustaban y echaban a volar de las copas de los árboles a nuestro paso. A menudo, también, las veíamos hundirse en el agua del río, e inmediatamente volver a salir con algún pececillo colgando de su pico.

Es zona de abundante pesca. A menudo parábamos en preciosas aldeas de casas de madera y techos de paja, rodeadas de plátanos y palmeras. En los improvisados muelles tienen preparadas las cajas donde el pescado (bagre, bocachica, tilapia…) se conserva entre bloques de hielo, recubiertos de cáscaras de semillas que por lo visto impiden que se descongele. Las muchachas contemplan, meciendo a sus hermanos pequeños, cómo los hombres suben las cajas al barco, y las mujeres se pasean por cubierta, vendiendo cocos repletos de un agua dulcísima, pescado ahumado, y unas huevas de pescado aliñadas y envueltas en hojas de palma que es de las cosas más deliciosas que yo he probado en mi vida. Los niños se arrojan al agua a recoger algunas botellas de plástico que los pasajeros han tirado, sin duda para poder venderlas después. Cuando nos damos cuenta, todos comenzamos a arrojarles botellas para que las recojan. Se produce una festiva competición entre ellos por ver quién llega, nadando, antes a cada botella. Una competición por puro placer, porque todas van a terminar a la misma canoa, que otro muchacho conduce a remo. Yo echo mucho de menos mi cámara.

Mi vecino de hamaca, un joven policía nacional que se conoce todos los ríos de la frontera al dedillo, y que viaja a Contamaná a reunirse con su esposa por navidad, comprende mi arrobamiento estético y me explica lo que yo ya sospecho. Esa estampa tan idílica es engañosa. La vida es muy dura en esas pequeñas aldeas. Sin luz, sin agua corriente, sin médico, sin colegio. Sin ningún contacto con el exterior. Sólo unas cuantas casas de madera y techos de paja, rodeadas de plátanos y palmeras. El río al frente y la selva al fondo. De hecho, muchos vienen sólo dos, tres semanas, un mes, para pescar. Luego vuelven a sus verdaderos hogares, en pueblecitos también bastante aislados, pero en los que al menos disponen de servicios mínimos, y de varias horas de electricidad al día, como Requena o Contamaná. Un puñado de familias, sin embargo, vive aquí siempre.

El policía me indica las zonas del agua donde hay bancos de pescado. Se detecta, al parecer, fácilmente por el movimiento de la superficie. Yo soy incapaz de ver nada.

La gente es tranquila y no demasiado habladora, pero sí muy cortés, y siempre hay algún momento para presentarse y que te cuenten, más o menos, su vida. Muchos son comerciantes. Comerciantes informales. Un chica de veinticinco años, que ya parece una señora, lleva siete recorriendo en barcos de carga el Napo, el Amazonas y el Ucayali, comerciando en las comunidades con cacharros de cocina y otros artículos de primera necesidad que compra en Iquitos. Es la primera vez en siete años que puede regresar a casa de sus padres por navidad. Otro comercia con ropa, pero en esta ocasión va, por desgracia, ligero de carga: en Lima, a punta de cuchillo, le robaron toda la mercadería antes de coger el autobús.

Los últimos días, el mayor tema de conversación era si llegaríamos a tiempo a Pucallpa. Llegamos el 24 de diciembre pero, si cae la noche, todos están de acuerdo en que hay que quedarse a pasar la nochebuena a bordo. El muelle queda a tres kilómetros de la ciudad, y es prácticamente imposible sortear de noche esa distancia, ni siquiera en mototaxi, sin que te asalten.

Siempre hay niños jugando entre las hamacas, gente jugando a las cartas, siempre hay una mujer dando el pecho a su bebé, siempre hay una niña de siete u ocho años a su lado, que la obedece y la ayuda en todo. Una muchacha ha encontrado el modo de amortizar su viaje, dedicando las largas horas de travesía a hacer la manicura y la pedicura a las pasajeras que se lo requieran. Debió correrse la voz, y no hubo un momento que no la viera trabajar.

Por las tardes subo al techo de la nave, a contemplar el anochecer. Los niños juegan a hacer equilibrios sobre las tuberías, recortados sobre un fondo de elemental belleza. La selva dorada, el agua verde, y el cielo rojizo y cambiante. Hasta el humo de la chimenea y el ruido del motor acompasan este momento de intensa placidez. Tengo que comprarme una cámara.

5 comentarios:

  1. Que placer leer tu blog , espero pronto la continuación de tus aventuras.
    Katherine
    Carpe Diem

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  2. Ya llevo un buen rato leyendo tu blog ,me hubiera gustado leerlo antes de conocerte , realmente esta bueno y lleno de anécdotas ,espero la continuación .
    Katherine
    Carpe Diem

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  3. Gracias, Katherine, veo que cumples tu palabra. Por favor, difunde el blog a quien creas que le pueda interesar y, si me sigues, déjame un comentario de vez en cuando. Si vuelvo por Tacna, me pasaré por el Carpe Diem.

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  4. Hola Eduardo bueno yo puse un enlace en mi cuenta de facebook apenas termine de leer tu blog jejeje , es una pena que te robaran tu cámara pero tu describes tan bien tu viaje que tengo la impresión de viajar contigo. Ha! ya empece a leer "la peste".
    Katherine
    Carpe Diem

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  5. sin palabras simplemente excelente

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