"La diferencia entre un turista y un viajero reside en que cuando un turista llega a un sitio sabe exactamente el día que partirá. El viajero, sin embargo, cuando llega a un lugar, no puede saber si acaso se quedará allí el resto de su vida" Paul Bowles.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Lagunas



En el trayecto hacia Lagunas, en una apacible travesía de ocho horas, conozco a Alex y a Mateo, los únicos extranjeros, junto conmigo, que viajan a bordo de El romántico II. Alex es español, de Barcelona, tiene 38 años y administra con su socio un restaurante en Girona. Ambos han llegado al acuerdo de trabajar seis meses cada uno al año, y Alex dedica el resto de su tiempo a viajar. Este año ha tocado Sudamérica. Mateo tiene 27 años, es francés, técnico medioambiental, y lleva también varios meses viajando por acá. Mateo se defiende regular con el castellano, aunque le pone mucho empeño. Dice que lleva casi todo el tiempo entendiéndose en inglés. Le digo que, ahora que ha abandonado las rutas más turísticas de Argentina, Chile y el sur de Perú, su español mejorará. Los tres vamos a Lagunas por el mismo motivo. Visitar la reserva natural Pacaya-Samiria.

Cuando llegamos a Lagunas, ya de noche, un señor alto y espigado, de piel curtida y cabeza rapada, sube a recibirnos. Conoce los nombres de Alex y el mío, y rápidamente concluimos que los mototaxistas de Yurimaguas le han avisado a través del celular.

-Me llamo “Yeims”. “Yes Yeims”. Pero podéis llamarme (pronunciando a la española) “James”. Mi padre leía mucho y me puso un nombre muy raro.

Nos muestra su carnet de identidad, y literalmente, pone: “Nombre: Jesset Jame”. Me río por dentro cuando lo veo, y pienso que su nombre no resulta una buena carta de presentación para el trabajo que desempeña pero, no sé por qué, prefiero no explicarle quién fue Jesse James. James trabaja de “jalador” para Estypel, una de las agencias que organizan excursiones a la reserva. Nos acompaña a ver varios hoteles, todos muy básicos, y nos decidimos por uno que tiene un bonito patio con hamacas, un par de plataneras y mesas y sillas hechas con troncos de árboles. Nos propone acompañarnos a un restaurante y después a la agencia, nos damos cuenta que no se va a despegar de nosotros hasta que hayamos contratado el tour, y preferimos despedirnos de él. Mañana, tranquilamente, visitaremos las distintas agencias antes de tomar una decisión.

Al día siguiente James está en la puerta del hotel de nuevo. Le decimos francamente que queremos estudiar las distintas ofertas por nuestra cuenta, y él no pone la menor resistencia. Al mediodía, de todos modos, estamos en Estypel cerrando el trato, y negociando el precio según lo que nos había ofrecido la competencia. La agencia para la que trabaja James, propiedad de Manuel Rojas, es la más antigua de Lagunas y la que cuenta con guías más experimentados, entre ellos los propios hijos de Manuel. Hace muy poco tuvieron todos que trabajar duro, incluso el propio Manuel, que ya está retirado de los tours, para ingresar en la reserva con 100 estudiantes de una facultad de Biología de Lima, y ahora están celebrándolo con unas cuantas cajas de cerveza. En Lagunas son castellanohablantes pero, quizá por influencia del showi, la etnia de la que casi todos los habitantes de Lagunas proceden, su acento es cerradísimo y, cuando hablan entre ellos, es imposible entender nada. Tomamos un par de cervezas y cuando nos vamos a despedir, James se levanta de inmediato. “Eso, pues. Vamos a pasear”. James sigue sin querer despegarse de nosotros, aunque el trato ya está cerrado. Simplemente, es un tipo sociable.

Cuando volvimos de la reserva tuvimos que esperar tres días y dos noches a que pasara la lancha con dirección a Iquitos, desayunando chicharrones y café en el mercado y cenando pollo frito con plátano frito, que es lo único que ofrecen en el único restaurante de la ciudad. Alguna vez almorzamos en una casa particular que ofrecía comidas, pero había que llegar muy temprano porque la poca cantidad que cocinaban se acababa enseguida. La verdad es que es muy fácil hacerse con Lagunas, y con su ritmo de vida.











El censo de Lagunas alcanza los 4.000 habitantes, aunque viven muy extendidos, en chozas de madera y palma con pequeños jardines en los que se cultivan plátanos y mangos. En Lagunas hay dos calles asfaltadas, sobre las cuales cuando se camina hace el doble de calor que sobre las demás. El parque automovilístico consta de tres coches, el de la policía, el de la posta médica y el del municipio; un puñado de mototaxis y alguna motocicleta particular. En Lagunas sólo hay corriente eléctrica de seis a once de la noche y de cinco a siete de la mañana, que es la hora a la que el pueblo presenta una mayor actividad. El resto, un rumor de sombra en las hamacas. Un ver pasar el día en las esquinas de las mecedoras. Y un enjambre de niños que brotan como mosquitos al atardecer, y alegres zumban sobre las calles de tierra. 













1 comentario:

  1. me da gusto saber que hay gente maravillosa que aun se asombra con ese hermoso paisaje que es mi lagunas querido

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