"La diferencia entre un turista y un viajero reside en que cuando un turista llega a un sitio sabe exactamente el día que partirá. El viajero, sin embargo, cuando llega a un lugar, no puede saber si acaso se quedará allí el resto de su vida" Paul Bowles.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Samaipata, o las dos Bolivias (el TIPNIS).


Samaipata, de nuevo al sur del departamento de Santa Cruz, en la Cordillera Oriental, debería incluirse también en la ruta del Che, ya que el seis de julio de 1967 un destacamento de la guerrilla (el Che no entró en la población) tomó durante varias horas esta localidad, reduciendo a los soldados que la custodiaban, y abasteciéndose de este modo de armas, municiones, medicinas y alimentos. Sin embargo, y al contrario que en La Higuera o Camiri, parece que muy pocos de los turistas que llegan aquí lo hacen siguiendo las huellas del Che. Esta agradable población de sólo 3.500 habitantes disfruta de un clima templado todo el año, gracias a los 1600 metros de altura que la separan de las tropicales tierras bajas. Además, cuenta con una gran cantidad de atractivos naturales en su entorno (varias cascadas, lagunas, agradables senderos, y la vecindad del conocido  Parque Nacional Amboró). Por  todo ello, y sin ser un lugar en absoluto masificado, Samaipata es uno de los destinos predilectos de los mochileros en la región, tiene una suficiente red hotelera y varios bares y restaurantes atractivos, y en sus calles se confunde la tranquila población autóctona con los excursionistas extranjeros, y con una pequeña colonia hippie que sobrevive vendiendo sus artesanías en la plaza y agarrando, antes de que el camarero las retire, las sobras en las terrazas de los restaurantes. 





A diez kilómetros de ascenso por un bonito sendero, se encuentra el Fuerte.



Esta inmensa roca de doscientos cincuenta metros de largo por sesenta de ancho, el mayor petroglifo del mundo, surcada de abundantes relieves con motivos geométricos o zoomorfos (serpientes, pumas y jaguares), sigue guardando grandes misterios para los arqueólogos. Las primeras tallas parecen datar del 300 A.C. y parece, también, que a lo largo de los siglos el sitio sirvió de centro ceremonial para distintas etnias de las que se asentaban en el Chaco o en los llanos amazónicos, como los mojocoyas, los chané o los guaraníes. Lo que es seguro es que, en el siglo XV, en su momento de mayor expansión, El Imperio Inca se hizo con el lugar. Es fácil advertir en los laterales de la roca las típicas hornacinas que los incas utilizaban para exponer sus momias durante los rituales de adoración al sol, y en las cercanías pueden apreciarse sin dificultad los restos del Acllahuasi (la casa de las Vírgenes del Sol), del destacamento militar, y algunas viviendas particulares.




Hasta aquí llegaron los incas. Éste es el límite del Antisuyo, el lado este del legendario Tahuantisuyo ("los cuatro lados"): el extraordinario imperio que, como las alas de un cóndor, se extendió por todos los puntos cardinales a partir de la ciudad de Cuzco, el ombligo del mundo. Los incas convirtieron la enigmática roca de Samaipata en fortaleza; un enclave militar para repeler las abundantes incursiones de los guaraníes, que habitaban las tierras bajas. La pequeña construcción que servía como torre de vigilancia marca la frontera.




Contemplando las estribaciones de la Cordillera Oriental, el llamado “codo de los Andes”, desde el antiguo enclave inca, pienso que esta frontera sigue, en Bolivia, tan viva como entonces. Los Andes y la selva. Las tierras altas y las tierras bajas. Durante la época colonial siguieron siendo dos mundos distantes.  El altiplano y los valles andinos se poblaron desde el siglo XVI por hacendados y funcionarios venidos del Virreinato del Perú, y la intensa explotación minera de Potosí mantuvo en contacto permanente a esta zona con Lima, a través de Cuzco y de La Paz. Hoy en día, en las tierras altas, se conserva una mayoritaria y rica presencia quechua y aymara, y un casi omnipresente mestizaje en las zonas urbanas. Las zonas del Chaco y la cuenca amazónica, por su parte, de mucha menor importancia económica en aquel entonces, fueron colonizadas desde Asunción, y administradas durante mucho tiempo desde esta ciudad. En Santa Cruz y Tarija se fundaron poblaciones casi exclusivamente blancas, mientras las distintas etnias pertenecientes a la familia guaraní se agrupaban en las misiones jesuíticas o franciscanas, o continuaban en la selva, lo que ha dado lugar a un mestizaje mucho menor. En la actualidad, aunque el folklore y la cultura más representativas de Bolivia pertenecen a las tierras altas, las bajas, el Chaco y el Amazonas (los departamentos de Tarija, Santa Cruz, Beni y Pando) abarcan más del 60 % del país. En estos días, la polémica sobre el TIPNIS está poniendo de nuevo de manifiesto esta separación.

El Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Secure (TIPNIS), ubicado en su mayor parte en el Departamento del Beni, es una zona selvática amazónica de alta biodiversidad, donde habitan en sintonía con la naturaleza varias comunidades moxeñas, yuracarés y chimanes. Hace muy pocos años el presidente Evo Morales promovió una nueva y brillante Constitución en la que se proclamaba a Bolivia “Estado Plurinacional” (se reconocían 36 nacionalidades y 26 grupos lingüísticos) y se garantizaban derechos para las minorías indígenas, sus formas ancestrales de vida y sus hábitats naturales. Poco ha faltado para que Morales desobedezca la Constitución que él mismo proyectó. Sin atender la obligación de consulta previa a los pueblos indígenas afectados, piensa construir una carretera que partirá el TIPNIS en dos, con la finalidad de unir el Departamento del Beni con el de Cochabamba, en los valles andinos. La oficialidad dice, cómo no, que esta carretera contribuirá enormemente al desarrollo de la zona (aunque se dice también que el principal beneficiario, y promotor del proyecto, sería Brasil, que busca una salida al Pacífico desde su Mato Grosso), pero bien podría este tramo de carretera haberse trazado rodeando el TIPNIS. Lo cierto es que parece que a quien más va a beneficiar la apertura del Parque es a los cocaleros del Chapare, en la frontera cochabambina del TIPNIS, que podrán así disponer de más territorios para sus plantaciones de coca. La mayoría de cocaleros son colonos quechuas y aymaras venidos de las tierras altas, y el propio Evo Morales, de origen aymara, sigue siendo, aún su condición de presidente de la nación, presidente de la Federación de Cocaleros. El Chapare, su lugar de origen, es su reducto político más fiel.

Si en toda Sudamérica es posible advertir una confrontación entre el desarrollismo de la izquierda blanca o mestiza y las luchas indígenas, alentadas por una visión mucho más ecologista y sostenible, en Bolivia el conflicto del TIPNIS más bien se inscribe, como digo, en una lógica de confrontación entre las tierras altas y las tierras bajas, que ha provocado una ruptura de la unidad indígena nacional. Mientras los indígenas de los llanos y del Amazonas se organizan en una marcha de protesta hacia la ciudad de La Paz, los sindicatos quechuas y aymaras, incondicionales de Evo Morales, apoyan sin ambages la construcción de la carretera, y organizan bloqueos para obstaculizar la marcha de los que hasta hace poco debían considerarse sus hermanos. Mientras el gobierno busca cada día una excusa para no dialogar, bloqueos y contrabloqueos azotan desde hace un mes las carreteras del oriente del país.

Por su parte, la mayoría blanca de Santa Cruz, que hasta hace poco se mostraba orgullosa de sus raíces españolas, se ha vuelto de la noche a la mañana indigenista. Reivindica su herencia guaraní, y se queja de que, de las 36 nacionalidades que contempla la Constitución, Morales sólo tiene en cuenta a dos: la quechua y la  aymara. El presidente, con sus últimas decisiones, ha logrado que los cruceños le puedan atacar con las mismas armas que él antes esgrimía. El motivo de esta conversión, como era de esperar, es económico. Santa Cruz, las tierras bajas, que durante tantos siglos han sido tierras olvidadas, son en la actualidad, gracias a la agricultura extensiva y, sobre todo, a los yacimientos de petróleo y gas, el motor económico de Bolivia, y los cruceños se amparan en su hecho diferencial para reclamar una mayor autonomía que les permita no tener que repartir beneficios con el depauperado altiplano. Lejos, muy lejos queda ya, la plata de Potosí.



P.D. Para firmar en defensa de la conservación del TIPNIS, pinchad aquí.

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