"La diferencia entre un turista y un viajero reside en que cuando un turista llega a un sitio sabe exactamente el día que partirá. El viajero, sin embargo, cuando llega a un lugar, no puede saber si acaso se quedará allí el resto de su vida" Paul Bowles.

jueves, 13 de enero de 2011

Historias

En Nuevo Rocafuerte me informan de que el barco de carga que pensaba tomar hasta Iquitos no partirá hasta enero: han asesinado a su capitán. Al parecer andaba metido en asuntos de narcotráfico y, una semana antes de mi llegada, unos colombianos lo asesinaron a bordo junto a parte de su tripulación. La lancha es municipal, así que el cabildo tiene que reunirse para nombrar un nuevo capitán, y hasta enero no se tomará una resolución. Como siempre, me cuentan esta historia con una impasible naturalidad. Hace una semana que han asesinado a un vecino del pueblo, y la gente sigue su vida normal, se diría que hasta con alegría. Ya no me extraña. La violencia en muchas de estos lugares está tan naturalizada, tan imbricada en la vida cotidiana, que la mayoría de las veces las historias que te cuentan se ven impregnadas de irrealidad. Es, sin duda, verdad, pero es como si fuera mentira. Todo esto me ha hecho recordar la historia del joven shuar.

Ocurrió en Coca, la noche antes de mi partida. Me encontraba en una terraza de una calle muy concurrida (era noche de sábado), tomando una hamburguesa y una cerveza, cuando un joven indígena de no más de 20 o 21 años, muy borracho, se me acercó y se sentó a mi lado. Me dijo que era vicepresidente de una comunidad shuar, y me ofreció alojamiento allí, y el acostumbrado tour por la selva. Cuando le dije que no me interesaba, comenzó a contarme una historia según la cual una familia shuar originaria de su comunidad se dedicaba a asesinar gente para vender cabezas reducidas a millonarios extranjeros, y que él, como vicepresidente, no podía consentir ese crimen, y que si encontraba a esa familia que deshonraba el nombre de los Shuar los mataría a todos con sus propias manos. Hasta cierto punto no me extrañó, los shuar son los antiguamente llamados “jíbaros”, famosos por su técnica de reducción de cabezas, y yo he visto varias de ellas en el museo de Cuenca (Ecuador). En la actualidad, por supuesto, está prohibida esa actividad, aunque los shuar la siguen practicando con los monos en determinados ritos de iniciación. También había escuchado que se habían dado casos de turistas excéntricos que compraban auténticas cabezas humanas reducidas clandestinamente, pero en esta ocasión pensé que mi inesperado compañero de mesa sólo pretendía impresionarme. En todo caso, el alcohol estimulaba en él una vehemente insistencia. Comenzaba a regodearse con la perspectiva de asesinar con sus propias manos a la familia que ofrecía cabezas a los turistas. Su voz, su mirada y sus gestos cada vez desprendían más violencia, y decidí no llevarle la contraria, desconectar mentalmente, e irme en cuanto terminara de comer.

Llevaba un rato absorto en mis pensamientos cuando algo en la voz del shuar me hizo volver a prestarle atención. Había cambiado de tema.

-Es una vieja que no la conoce nadie, no tiene a nadie, vive a la orilla del río, a dos kilómetros. 40.000 dólares.

-¿Cómo?

-No la conoce nadie, no tiene a nadie. A nadie le importa esa vieja. Su cabeza por 40.000 dólares.

-Pero… ¿tú la ibas a matar?

-Yo no. La matan unos amigos y yo reduzco su cabeza. 40.000 dólares.-Los ojos del shuar brillaban de excitación.

A mi alrededor atronaba la música de los disco-pubs que me circundaban. La calle bullía de gente que paseaba con helados o cervezas en las manos, y en una terraza de Coca un joven shuar borracho me estaba ofreciendo la cabeza reducida de una vieja por 40.000 dólares. De nuevo la sensación de irrealidad. Me excusé lo más amablemente que pude, para no desairarle, y entonces me pidió un par de dólares, y me dijo que no tenía dónde dormir. Tampoco se los di y, tras asegurarme de que no me seguía, volví a mi hotel. Aún ahora no sé si se trataba de una fantasía de borracho, una exageración o una estafa (habría que ver lo que me hacían pasar por una cabeza reducida real), pero sí sé que la agresividad contenida del joven era palpablemente real, que alguien que en Coca no tiene dónde dormir y que se conformaría con dos dólares que le diera podría ser capaz de hacer muchas cosas a cambio de cuarenta mil, y que yo también estoy empezando a contar historias escabrosas con impasible naturalidad.

Al capitán de mi barco de carga lo han asesinado. Andaba en asuntos de narcotráfico y unos colombianos hace una semana subieron al barco y lo asesinaron junto con parte de su tripulación. Con Alex y Charlotte, la pareja de biólogos franceses con los que he hecho amistad, fletaremos una canoa particular y seguiremos río Napo abajo, hasta Pantoja, la primera localidad de Perú.

3 comentarios:

  1. Ni el americano impasible ni historias de macacos ni indigenismo militante, la historia es una delicia a tantos kilómetros de distancia, y usted jugándose el pellejo y perpetrando una narración. Gracias por el fuego.

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  2. Lo de "ser ventana" se dice pronto...!¡

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  3. Por cierto, apenas puse en el buscador 'venta clandestina cabezas' (tzantzas) aparecen varias noticias al respecto en un diario ecuatoriano. "Buscan a mujeres humildes, a mujeres desamparadas", precisó el fiscal provincial, Franklin Tello.

    También hablan del desagrado que provoca en la federación shuar estos incidentes y en la posibilidad de castigar a los culpables, según su ley consuetudinaria, pasándoles por el cuerpo hojas calientes del árbol del ají.

    Un abrazo de nuevo., Alexis

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