"La diferencia entre un turista y un viajero reside en que cuando un turista llega a un sitio sabe exactamente el día que partirá. El viajero, sin embargo, cuando llega a un lugar, no puede saber si acaso se quedará allí el resto de su vida" Paul Bowles.

viernes, 28 de enero de 2011

A bordo del "San Martín" (2)

 
Fotos: René Roesler y Alex Dubufett

Este muchacho que posa con un insecto palo en su cabello es Gilbert, tiene quince años y ya lleva tres trabajando como cargador en el “San Martín”. Se pasa el día, con otros dos o tres chicos más o menos de su edad, acarreando plátanos, sacos y cajas de la orilla a la borda, y aún le quedan ganas de bromear constantemente con sus compañeros. Las vacas y los búfalos los enlaza personalmente el capitán con ayuda de su tripulación más adulta, y algún que otro espontáneo.


 Una tarde el capitán me contó que el barco no era de su propiedad, y que por eso estaba tan viejo, porque el dueño no quería hacer reformas. Me dijo que él tenía antes un barco mucho más bonito, pero que se lo decomisaron porque lo detuvieron cargando 4.000 galones de gasolina blanca, procedente de Ecuador. “La gasolina en Ecuador es mucho más barata que en Perú, y por eso yo la llevaba para usarla de combustible para mi barco pero, claro, está prohibido llevar esa cantidad en un barco con pasajeros”. Ahora, además, está pendiente de juicio y lo más probable es que en dos o tres meses le quiten la licencia de patrón. Pienso que es absurdo que me cuente esa media verdad, y no puedo evitar relacionarlo con el capitán asesinado por los narcotraficantes del que me hablaron en Nuevo Rocafuerte. La gasolina blanca son los residuos de las extracciones petrolíferas, y es un componente esencial para, mezclada con la hoja de coca, elaborar la “pasta base” con la que se elabora la cocaína. Como en Ecuador hay tantas extracciones petrolíferas, el contrabando de gasolina blanca hacia Colombia y Perú es muy frecuente. Cuatro mil galones, calculé después, son más de diez mil litros. Cometí el error de comentárselo, y me respondió secamente: “Sí, claro. Aparte, se considera contrabando”. En el resto del viaje no volvió a dirigirme la palabra.

Entre las doce y las cuatro el calor es realmente asfixiante. Entra uno en un aturdimiento tal que ni siquiera puede concentrarse en la lectura. Sólo cabe resistir tumbado en la hamaca, esperar que pase el tiempo, y procurar no preguntarse mucho qué es lo que uno ha ido a hacer allí. En todo caso, la respuesta llega a partir de las cuatro, cuando el sol baja y comienza a teñir la selva de tonos dorados, las bandadas de loros atraviesan el río muy cerca de nuestras cabezas y, hasta que anochece, se produce un incesante fluir de contrastes cromáticos en el cielo. Entonces sí. Entendemos. Qué hemos ido a hacer allí.
 Foto: Eduardo Civila

El penúltimo día, quinto de viaje, el ambiente entre el pasaje estaba muy enrarecido. No sería el primer barco que naufraga por exceso de carga, y todos lo sabían. Cada vez que parábamos la gente gritaba: “¡Patrón, no más carga!” “¡No más carga, patrón!”. Hubo algunos altercados y un pasajero llegó a tener un enfrentamiento físico con un miembro de la tripulación. Yo me preguntaba hasta qué punto podría poner en riesgo nuestras vidas, y la suya propia, un capitán que ya ha sido capaz de cargar diez mil litros de gasolina en un barco de pasajeros, y que sabe que en dos o tres meses se va a quedar sin trabajo. 

En la mañana del último día arribamos a Mazán, donde es posible atravesar en motocarro el pequeño istmo que separa en ese punto el Napo del Amazonas, y ya en el gran río tomar una lancha rápida hasta Iquitos, ahorrándonos nueve o diez horas de viaje. Se produjo una desbandada general y todo el que pudo, incluidos el empresario y parte de la tripulación, abandonó el barco. Esa noche, mientras el “San Martín” de seguro continuaba aún su perezosa travesía, nosotros, duchados y descansados, cenábamos en la Casa de Hierro, y reíamos a carcajadas recordando anécdotas del viaje. No creo que nadie que llegue a Iquitos en avión pueda disfrutar tanto de verse allí.

 Foto: Eduardo Civila

1 comentario:

  1. Leer estas dos entradas del San Martín me han traído a la memoria nuestro viaje en el Eduardo VI, aunque como me dijiste por correo, lo nuestro en comparación fue un crucero de lujo. Los viajeros de esos barcos que arriban a Iquitos tienen todos historia para escribir una novela -estoy pensando especialmente en la familia colombiana de galleros-; así no es de extrañar que la antiguamente rica y ostentosa capital del caucho conserve todavía ese ambiente canalla de puerto dieciochesco durante el día, y decadentes destellos nocturnos de Sodoma y Gomorra amazónica. Ciudad de perdedores y buscavidas, de putas y traficantes, es un recuerdo imborrable haber disfrutado contigo del Amazonas desde su bulevar. Un abrazo,. cuídate., Alexis.,

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