"La diferencia entre un turista y un viajero reside en que cuando un turista llega a un sitio sabe exactamente el día que partirá. El viajero, sin embargo, cuando llega a un lugar, no puede saber si acaso se quedará allí el resto de su vida" Paul Bowles.

lunes, 17 de octubre de 2011

Guido, y los niños de la clefa.



Cuando tenía quince o dieciséis años, a Guido le gustaba mucho la música rock. También le gustaba el alcohol, la marihuana y la cocaína. Estaba a punto de dejar los estudios y la relación con sus padres, y yo apostaría a que con todas las personas, era distante. “Yo era muy frío. Me consideraba una persona muy fría”, me dice. Entonces llegó su hermanita. Llegó ya con año y medio porque, aunque Guido la llama así, en realidad es su sobrina. La madre, la hermana mayor de Guido, la abandonó, simplemente desapareció, y la pequeña pasó a vivir en la casa familiar. Eso fue en 2001, y en 2001 fue cuando Guido, él me lo cuenta y también lo ha escrito en su libro, sintió la llamada del cariño y de la responsabilidad. Se dio cuenta de lo importante que sería para su hermanita el ejemplo que él le pudiera, en un futuro, suponer. Abandonó, no sé si por completo ni me importa, las drogas, y mientras trabajaba en una imprenta, se sacó el título de Técnico Superior en Trabajo Social. Su primer trabajo fue en el Chapare, impartiendo talleres a los trabajadores de una empresa que se dedica a la exportación de frutas. Según me cuenta, Guido se quedó impresionado al ver la explotación a la que sometían a estos hombres. Mientras practicaba con ellos dinámicas conducentes a fortalecer los buenos hábitos alimentarios o de salud, pensaba en las cosas que realmente deberían saber, y que alguien les debería enseñar. Se sentía cómplice, y renunció. De nuevo en Cochabamba, ingresó en la Universidad de San Simón para obtener la licenciatura en Trabajo Social, y comenzó a colaborar como voluntario en la Fundación “Estrellas en la calle”, que pronto le haría un contrato. Allí ("al principio me daban miedo") conoció a los niños de la clefa.



Las tres fotos: Guido R. Huanacu.

Yo los he visto. Te apuntan con la mirada vacía desde el césped de los parques. Deambulan cerca de los puestos callejeros y te piden algo de comer con expresión ausente. Rebuscan en las papeleras y en los tachos de basura. Los niños y adolescentes de la clefa son los niños sin hogar, y la clefa es el pegamento, la cola de pegar madera, que inhalan. Un p’uti (“pequeño” en quechua), esto es, un botecito de plástico lleno de pegamento, cuesta catorce bolivianos. Un euro y medio. Puede durar, dependiendo del consumo, de un día a una semana. En Cochabamba tres proveedores se reparten las zonas de venta. Compran la cola de pegar al por mayor, la mezclan con gasolina, y se la venden a los chiquillos en los parques. Los niños de la clefa comenzaron a verse en Cochabamba a principios de los 80, una de las consecuencias de la emigración de los cerros a la ciudad, y desde entonces su número no ha dejado de crecer. Por los datos que me da Guido, calculo que en la actualidad habrá en la ciudad un niño sin hogar por cada 700 habitantes. Entre los ocho y los doce años comienzan a llegar a la calle. La mayoría huyen de sus hogares por problemas de violencia doméstica o desestructuración, son huérfanos o han sido abandonados. Otros proceden del trabajo infantil: comienzan a recorrer las calles, por mandato de sus padres, vendiendo caramelos o pañuelitos de papel, y terminan por no volver más a sus casas. Guido trabajó tres años con los niños de la clefa. Y no quedó muy satisfecho.


Según Guido, la labor que llevan a cabo las ONGs con estos niños, sobre todo las religiosas, es meramente asistencial. Les proporcionan comida, medicinas y mantas, y su principal objetivo es conseguir que ingresen en un Hogar de los que administran. Pero estos hogares son de régimen abierto y, en muchos casos, exclusivamente nocturnos, por lo que los niños no abandonan su adicción a la clefa, disponen de todo el día para vagabundear por las calles, y tarde o temprano no se molestan en volver. Yendo y viniendo, en palabras de Guido, “estos niños se han convertido en una fuente de ingresos para las ONGs”. Rehabilitarlos de su adicción es para Guido fundamental, porque la inhalación de clefa provoca atrofia y parálisis progresiva, y la esperanza de vida de un adicto a la clefa no pasa de los quince años de consumo. Para algunos, el ser internados en un Centro de Menores Infractores, o directamente en la cárcel si son mayores de edad, es una salvación. “La realidad hay que mirarla con ambos ojos", me dice Guido, "no se puede cerrar un ojo a la realidad”. Para ello, para mirar de frente a la realidad, Guido ha escrito un libro, y lo ha autoeditado con su propio dinero, y algunas donaciones voluntarias.


Niño-niña. Azares y vivencias de calle es un libro muy bien estructurado que no sólo aporta datos y propone un modelo razonado de intervención sino que, también, relata con mucha cercanía varias historias concretas de niños y niñas de la calle con los que Guido trabajó, y en el que el autor nos habla mucho de sí mismo, y de las circunstancias que le motivaron a escribir su obra. Es un libro escrito con rigor y sensibilidad, cuya lectura resulta fácil, esclarecedora y emotiva. Para Guido la rehabilitación de un niño de la clefa sólo tiene posibilidades de éxito cuando éste presenta lo que él denomina una “demanda de cambio”, que puede presentarse en dos fases: la “demanda latente”, cuando el niño comienza a presentar síntomas de insatisfacción (el consumo de clefa provoca una sensación placentera que hace que, sobre todo en los primeros años de permanencia en la calle, el niño no tenga deseos de cambiar), y la “demanda estructurada”, cuando el niño, ya adolescente por lo general, comienza a plantearse un posible proyecto alternativo de vida. La labor del trabajador social sería estar atento a estas demandas para atenderlas y encauzarlas. El siguiente paso sería el ingreso del niño o la niña en un centro cerrado de desintoxicación. Sólo cuando su adicción estuviera superada, podría pasar a un centro abierto, una casa tutelada o, cuando las circunstancias lo permitieran, volver al hogar familiar, y desde allí facilitar su inserción en la sociedad apoyándole en el proyecto de vida que se hubiera marcado. La excesiva labor asistencial, por muy bienintencionada que ésta sea, sólo contribuye a retrasar la aparición de esta necesidad de cambio.  Para querer cambiar, el niño necesita sentirse incómodo en la calle, y en este sentido Guido ha comprobado que un moderado acoso policial hace que aumente la necesidad de cambio. También, y las páginas que dedica a estos aspectos en su libro son conmovedoras, el amor, la formación de parejas estables y, en el caso de las mujeres, la maternidad, son factores que provocan fuertemente la necesidad y la demanda de cambio. Es la llamada del cariño y la responsabilidad.

Por supuesto, Guido también dedica un capítulo a la labor de prevención con familias en situación de riesgo. Yo añadiría, como factor de prevención, el desarrollo integral en las comunidades rurales, única forma de frenar la emigración incontrolada, fuente de marginalidad, a las ciudades.

No parece que los centros cerrados estén de momento en la agenda de las organizaciones públicas o privadas que trabajan con los niños de la clefa. Y me temo que las discrepancias sobre las estrategias a seguir con estos niños no fueron ajenas a que Guido Huanacu estuviera durante un tiempo desempleado. En la actualidad, sin embargo, y mientras termina su licenciatura, Guido tiene dos trabajos, uno en una imprenta como diseñador gráfico, y otro en una ONG que se dedica a la prevención de la drogadicción y el pandillismo juvenil. Tiene, además, una teoría fundamentada sobre el trabajo social con los niños de la clefa,  y ha sabido reproducirla de forma convincente en una publicación. Tiene una novia a la que, según expresa en su libro, debe querer mucho (eso es más importante que el hecho de que te quieran); y tiene una hermanita que, calculo, habrá cumplido ya los doce años. Caigo ahora en la cuenta de que no le he preguntado a Guido cómo está, su hermanita. Qué tal le va en el colegio y eso. Pero estoy seguro de que ya conozco la respuesta.


2 comentarios:

  1. Bueno bueno...gracioso encontrarse con este articulo que habla sobre el libro de Guido pues se trata en su mayor parte de la recopilación del trabajo que hace el Proyecto Coyera de la Fundacion Estrellas de la Calle en la cual el trabajo, todavía peor: utiliza fotos y datos del trabajo que se realiza allí pero obvio ni lo menciona pues supuestamente es lo que "el ha elaborado" pfff un completo plagio y una contradicción terrible al decir que las ONGs lucran con la realidad de los chicos en situación de calle y el mismo esta haciendo propuestas y buscando abrir una institución?, me pregunto entonces con que afán lo hace? ...la pena es que los de "estrellas de la calle" permitan que personas inescrupulosas se apropien de su trabajo y desvergonzadamente lo publiquen a nombre propio....Hasta cuando el cinismo?
    Siento decirle que usted ha sido timado con esta historia...

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