"La diferencia entre un turista y un viajero reside en que cuando un turista llega a un sitio sabe exactamente el día que partirá. El viajero, sin embargo, cuando llega a un lugar, no puede saber si acaso se quedará allí el resto de su vida" Paul Bowles.

viernes, 9 de marzo de 2012

La ayahuasca, soñar despierto. 1- Román.


En Iquitos la ayahuasca está de moda. Todas las agencias incluyen la “Ayahuasca experience” en sus paquetes turísticos. Los restaurantes para extranjeros incluyen en sus cartas “Ayahuasca diet”. En el mercado de Belén es fácil encontrar la liana, o directamente el preparado embotellado; y no hay una recepción de hotel en el que no se hallen cuatro o cinco folletos de “chamanes” ofreciendo sesiones. Yo no estaba muy seguro de si quería probarla, pero de lo que si estaba seguro es de que, si lo hacía, no sería rodeado de turistas.

Manuel me habla de Román, un “maestro” que él conoce desde niño, y que, aparte de atender a su clientela autóctona habitual, ofrece de vez en cuando sesiones para extranjeros en una chacra que posee a las afueras de la ciudad. Me insiste en que me interesaría mucho conocerlo y que, a cambio de la consabida propina, él me lo puede presentar. Imagino a un señor de pelo largo, cargado de abalorios y con una camisola bordada, enredándome en un discurso místico con la finalidad  de que me decida a contratar sus servicios. Aunque escéptico, pienso que puede ser interesante conversar con él y hacerle algunas fotos. Una mañana le digo a Manuel que me lleve a su encuentro.

Manuel entra en un locutorio a llamar a Román y sale con una sonrisa radiante. “Está en su chacra. Dice que en una hora nos espera allí”. Montamos en un motocarro y atravesamos todo Belén Alto a través de la avenida Emancipación hasta casi el final de Iquitos. Después, a través de un largo camino de tierra, llegamos a una explanada alrededor de la cual se agrupan varias casas de madera y techos de palma. También hay un par de construcciones de ladrillo, una es una tienda de abarrotes y la otra un bar y casa de comidas. En la explanada hay extendida una red y varios hombres y mujeres juegan al voleibol. Como siempre, los niños corretean por todos lados. Es Cabo López, un asentamiento reciente de emigrantes que administrativamente pertenece al distrito de Belén. En Cabo López no hay electricidad ni agua corriente, pero está rodeado de vegetación, no hay basura, y su aspecto es similar al de cualquier pequeña comunidad del Amazonas, infinitamente más agradable que las sórdidas callejuelas y los misérrimos asentamientos de Belén Bajo.

Unos cien metros caminando por un estrecho sendero y llegamos al río Itaya, donde dos risueñas muchachas se están bañando con champú y con jabón, y con la ropa (un short y una camiseta), como siempre en estos casos, puesta. Damos los buenos días y nos sentamos en la orilla a esperar. Al cabo de cinco minutos vemos acercarse lentamente una canoa con un hombre que la conduce a remo. Desde lejos, sonriente, alza la mano para saludarnos.

Román, el maestro curandero, es muy distinto de lo que yo imaginé. De cincuenta y tantos años, viste unos vaqueros embutidos en las botas de caucho, una camiseta de futbolista y un sombrero de paja. En seguida se advierte que es un hombre afable y relajado, que disfruta de un placentero acuerdo consigo mismo y con su vida. Montamos en la canoa y nos dirigimos  a su chacra, al otro lado del Itaya.


Una vez allí, me muestra sus plantaciones de camu camu, un cítrico propio de las zonas inundables de la selva, de delicioso sabor en jugo (en Iquitos es fácil consumirlo), y que contiene una concentración de vitamina C cien millones más alta que la de la naranja o la mandarina. El camu camu hace poco que se está empezando a comercializar fuera de la selva en polvo, en jugo o en mermelada, y mucha gente lo cultiva ahora en sus chacras. Román tiene la suya desde hace diez años, y todas las mañanas deja su casa en Belén Alto para pasar el día aquí, cuidando de sus plantas, pescando o simplemente meditando y disfrutando del entorno. Acá el agua del Itaya es limpia porque queda más arriba de Belén Bajo, donde se acumulan las basuras y las aguas residuales, y, aunque rodeado de otras chacras y pequeñas cabañas, se disfruta de una plácida tranquilidad. Una vez en la choza que hace diez años construyó con sus propias manos, Román se tumba en la hamaca, y comenzamos a charlar.


Conversamos durante dos horas hasta que vuelve Manuel, que ha estado bañándose en el río y dando un paseo para recoger mangos. Los tres comemos y hablamos hasta que, a las seis de la tarde, la amenaza de lluvia y la incipiente oscuridad nos hace dejar el lugar. En este tiempo Román me ha contado que la palabra “chamán” es desconocida para ellos, que sólo la usan los turistas. El nombre apropiado es “curaca”, si el sujeto es indígena, y “maestro curandero”, o simplemente “maestro”, si es blanco o mestizo. El período de formación de un curaca abarca un año completo, durante el cual debe permanecer completamente aislado en la selva, alimentándose de plantas y raíces. Los maestros curanderos, sin embargo, se contentan con practicar una rigurosa dieta durante tres meses, acompañado de la ingesta periódica de determinadas hierbas purgativas, mientras estudian medicina natural. Sólo al cabo de ese tiempo prueban la ayahuasca por primera vez. "Entonces", me dice Román, "las plantas te hablan". Y descubren sus secretos.

Y es que la ayahuasca, además de "limpiarte el cuerpo" mediante fuertes diarreas y vómitos, provoca una serie de visiones que, con práctica, son fáciles de interpretar, y que te hacen comprenderte a ti mismo y comprender mejor la realidad. Es por esto que, desde tiempo inmemorial, curacas de toda la amazonía la han utilizado para detectar el origen de las enfermedades y poder curarlas, para comunicarse con los espíritus de los antepasados, y para tomar decisiones que afecten a la comunidad. Los maestros curanderos como Román, que se formó en una comunidad yagua del río Napo, siguen esta tradición.

Todo esto, más o menos, ya lo conocía yo. Don Sabino, el curaca de Sarayaku, la comunidad indígena ecuatoriana en la que viví un mes en 2010, usaba en efecto la ayahuasca de forma ritual, y yo tuve conocimiento de que también se la proporcionaban a los turistas que querían consumirla. Cuando yo les pregunté si no les molestaba que frivolizaran con una planta sagrada como esa, me respondieron con cierto desdén que nadie que no esté preparado iba a comprender el verdadero secreto de la ayahuasca, pero que allá cada cual. Dado el poco respeto que mostraban hacia estos consumidores aficionados, me abstuve de proponer que yo la quisiera también probar.

Y es que el consumo de ayahuasca entre los turistas se ha convertido, en palabras de Román, "en un gran negocio". Extranjeros y locales montan lodges y cabañas en la selva, a veces bastante lujosas, con este fin, y Román a menudo es invitado a participar para que haga el preparado y acompañe la experiencia con sus cánticos rituales. Un francés que le llama habitualmente cobra 100 dólares por persona, de los cuales Román se lleva 100 soles (unos 35 dólares) por su colaboración. Román dice que el preparado destinado a los turistas suele estar cargadísimo, y a menudo mezclado con plantas alucinógenas (la ayahusca, propiamente, no lo es). De este modo se ahorran la posibilidad de que luego reclamen si no han tenido ningún tipo de visión (algo que no es raro que suceda las primeras veces), pero en esas condiciones es imposible tener un viaje productivo del que se pueda sacar conclusiones. Los turistas, aún así, siempre piden más, y muchos la mezclan con marihuana para potenciar sus efectos. En síntesis, me dice Román, también con cierto desdén, "para los turistas la ayahuasca es simplemente una droga más".

Este punto me lo confirmó, días después, Santiago, un turista argentino que había ido con un grupo de extranjeros a un lodge en la selva para experimentar una sesión. Le cobraron 80 dólares y, según me contó, lo que tomó le dejó durante dos horas chafado en el suelo, sin apenas poder doblar la cabeza cuando le sobrevenían los vómitos. Tuvo una serie de visiones angustiosas y sin control, y el supuesto "chamán" no dio la menor explicación preparatoria, ni cantó ni intentó orientarles las visiones o calmarles la angustia (existen técnicas con ese fin como aplicarte aceites en las sienes, masajearte, cantarte, hablarte...). Tampoco, al final de la sesión, intentó conversar o analizar los sueños que cada uno hubiera tenido. Simplemente la gente se fue recuperando y, uno tras otro y en silencio, se fueron a dormir. "Pero, bueno, ¿Ése qué era? ¿un chamán o un camarero? Póngame una ayahuasca doble, por favor" bromeaba yo con Santiago (al parecer, lo único que el chamán había preguntado era si querían una dosis simple o una doble). Mi experiencia, por suerte, había sido muy distinta.

Román, desde luego, no le hace ascos al dinero, y su sueño es asociarse con algún europeo para acondicionar su chacra, o comprar otro terreno, y montar un buen lodge que pueda agradar a los turistas. Me llegó a preguntar si yo tendría dinero para invertir, pero lo que en ningún momento hizo fue sugerirme que probara la ayahuasca con él. Cuando nos despedimos, fui yo quien le pidió el teléfono.


2 comentarios:

  1. He visto tu sitio y me parece de lo más interesante. No sólo
    pues lo que estás proponiendo tiene un extenso conocimiento (o cuando
    menos eso aparenta) sino que la forma que tienes de expresar tus ideas es genial.

    Espero que en algún momento podamos trabajar algo juntos
    o bien cuando menos que me des la oportunidad de recibir alguna visita tuya a mi weblog y
    me des tus puntos de vista. Al final del día quien sino otro blogger para juzgar el
    trabajo de uno.

    Mi página :: Aprender más de Artes Ocultas

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  2. Interesante articulo, seria importante buscar lugares que ofrezcan un proceso y no tomas aisladas. Saludos

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