"La diferencia entre un turista y un viajero reside en que cuando un turista llega a un sitio sabe exactamente el día que partirá. El viajero, sin embargo, cuando llega a un lugar, no puede saber si acaso se quedará allí el resto de su vida" Paul Bowles.

domingo, 5 de diciembre de 2010

LA RUTA DE ORELLANA

Coca, situada en la confluencia del río del mismo nombre con el río Napo, es una de tantas localidades que se ha desarrollado en la cuenca amazónica los últimos años al engañoso calor de la industria petrolera. Con un urbanismo precipitado que ha olvidado la necesidad de parques y plazas públicas, Coca es una ciudad, como tantas, de desarraigados. “Aquí nadie es de aquí”, me comenta la peluquera colombiana que me ha cortado el cabello, “Todo el mundo viene a trabajar en las petroleras, pero poca gente se asienta”

Aunque nadie la llama así, desde hace poco el nombre oficial de Coca es “Francisco de Orellana”, en homenaje al personaje histórico que los ecuatorianos han adoptado como propio. Justamente aquí, en 1541, cuando esto era pura selva, Gonzalo Pizarro, al frente de una delirante expedición en busca del País de la Canela, decidió construir un barco y hacerlo descender por el río Napo a las órdenes de Francisco de Orellana, en busca de provisiones para sus escuálidos hombres. Orellana nunca regresó. Gonzalo Pizarro murió pensando que era un traidor, y deseando verlo en Perú para ajusticiarlo. Orellana se justificaba en España diciendo que había llegado a un inmenso río cuya fuerte corriente le impidió volver. Orellana y sus hombres fueron los primeros europeos, quizás las primeras personas, que descendieron el Amazonas en su totalidad, hasta desembocar en el Atlántico. Por aquel entonces el río de las Amazonas no se llamaba río de las Amazonas, ni los indígenas de pelo largo que arrojaban flechas desde la orilla, y que dejaron tuerto a Fray Gaspar de Carvajal, supieron nunca que, confundidos con mujeres guerreras, iban a provocar que unos extraños bautizaran su río para siempre.

Mañana embarco en una lancha para descender el río Napo. Hay que hacer varias escalas y parte del trayecto se hace en barcos de carga, pero es posible llegar a Iquitos, la ciudad peruana a la orilla del Amazonas donde ya estuve en 2007, y a la que me apetece mucho volver. Cuando llegue a Iquitos, pediré una cerveza en algún bar del malecón y, frente al señor de los ríos, leeré las últimas páginas de la crónica de Fray Gaspar de Carvajal sobre la ruta de Orellana, que mi trabajo me ha costado encontrar en las librerías de Quito. Excéntrico placer, dirán algunos. Yo sé que varios de los que me leéis lo compartís.

1 comentario:

  1. Comparto comparto. Aunque siempre fui más del vasco Aguirre quien hizo mismo itinerario 'rebelde hasta la muerte por tu ingratitud' .,,. un abrazo y disfruta . Alexis.

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