El Mirador es un pequeña comunidad situada a cinco kilómetros de Shushufindi, una de tantas localidades petroleras de Sucumbíos, relativamente lejos de la frontera. El Mirador ha crecido a lo largo de la carretera, y es fácil llegar a ella en transporte público. Hay agua corriente y tendido eléctrico. Hay alguna tienda de abarrotes, un cyber con conexión a internet y una enorme escuela con muchas aulas y un patio de recreo. En el Mirador hay una iglesia y una biblioteca pública, con libros y un televisor con DVD. Entre el patio del recreo y el aula de catequesis de la iglesia (las aulas de la escuela las estaban reformando, aprovechando la vacación estival) montamos nuestras JORNADAS DE TEATRO ALEGREMIA. Dormimos en la Biblioteca, donde apartamos las mesas y montamos nuestros colchones y nuestras mosquiteras. Allí podíamos ver documentales en DVD y ducharnos en un cuarto de baño. Comíamos en casa de Alfredo y Verónica, que han sido amabilísimos con nosotros, y en cuyo jardín montamos una noche un karaoke y una sesión de salsa que resultó muy divertida. Carlos, el presidente, y su mujer estuvieron siempre pendientes de nosotros. En el Mirador hemos estado muy cómodos, y hemos trabajado muy bien, pero yo sigo recordando Las Salinas.
Los niños y adolescentes de El Mirador son cariñosos, abiertos y tienen un aceptable nivel académico. Fue fácil organizar con ellos la sesión de escritura de cuentos, y no tuvieron inconveniente en leer cada uno el suyo en voz alta ante un público formado por el resto de cooperantes. Son conscientes de los problemas de la zona, sobre todo de la contaminación petrolera, que aparece en todo momento en los escritos, pero conocen las estructuras narrativas y plantean con facilidad finales felices, incluso a veces, en los cuentos de las más mayores aparece el inevitable romance. En esta ocasión el argumento de la obra surgió por consenso, a partir de dos de los cuentos escritos, y el segundo día, ya con los ensayos iniciados, tuvimos una especie de asamblea para decidir el final. Un niño se cría en la selva y es educado por todos los animales. El oso le enseña a comer frutos silvestres y a pescar. El mono le enseña a descolgarse por los árboles. El tigre le enseña a caminar sigilosamente. Las plantas le enseñan a curar sus heridas. El loro le enseña a hablar y, por último, tras un poco de esfuerzo, los pájaros le enseñan a volar.
Volando, volando, el niño llega al fin de la selva, donde ve cómo un terrible monstruo negro, una mancha de petróleo, se come todo a su paso. El niño se alía con un indígena, y cuando interrogan al monstruo éste les confiesa que lo va devorando todo porque lo arrancaron del fondo de la tierra y no sabe cómo volver. El niño y el indígena ayudan al monstruo a volver a su casa. La selva renace y todo termina con un baile y una canción.
Diana supo gestionar muy bien a los más de cincuenta niños que hubo en escena: Los mayores actuaron bajo su dirección, y un poquito de mi ayuda. Los medianos representaban la selva moviendo unas cariocas que habían fabricado siguiendo las directrices de Layla y Ana, las jóvenes cooperantes de Granada (Mati y Olga habían vuelto ya a España); y los más pequeños intervinieron al final bailando una coreografía que habían ensayado con Paúl y con Heidi, y cantando una canción inventada por la propia Diana. Fue una representación muy bonita pero, desgraciadamente, muy falta de público. Quizá, comentamos, en El Mirador sea más necesario trabajar con los padres que los niños. Aquí los chavales, al contario que sus padres, tienen correo electrónico, y muchos piensan en matricularse en la Universidad Politécnica de Shushufindi o en Lago Agrio, o en estudiar a distancia. El peligro, me comenta alguien, es que los que estudien se vayan a las grandes ciudades de la sierra o de la costa, y se olviden de su comunidad. Sus padres llegaron rebotados hace pocas décadas a una tierra que no les da muchas oportunidades, y ellos no parecen tenerle mucho apego.
Se me olvidaba decir que en El Mirador hay un chiringuito donde es una delicia sentarse al atardecer a beber cerveza, con un río sin contaminar donde es un delicia bañarse, y un descampado donde es una tortura jugar al futbol descalzo, pero lo compensa las innumerables veces que tiene uno que tirarse al agua para buscar el balón. Los miembros más activos de la comunidad están buscando financiación para montar aquí un proyecto hotelero. Sería difícil encontrarla, porque el proyecto es muy ambicioso e incluye sauna, salas de spa y un teleférico para subir al monte. Piensan que sin esos atractivos nadie querría venir aquí. Intentamos convencerlos de que están equivocados. Que un proyecto de ecoturismo con senderismo guiado por los montes, y comida ecológica (hemos disfrutado de unos jugos naturales, un pescado y una cocina amazónica extraordinaria, gracias a Verónica y sus hermanas) tendría mucho más éxito, y que los turistas valorarían enormemente esta naturaleza virgen y amable, que es lo que en sus países ya no tienen. Parecieron dejarse convencer, y Carolina quedó con ellos en hablarlo en la próxima Clínica Ambiental. Con un poco más de cohesión comunitaria y apego por la tierra, El Mirador podría ser un símbolo de la felicidad. Claro, mientras no lleguen aquí los vertidos y las aguas de formación.
Qué bien, Edu. No se me ocurre otra cosa que decirte. Qué bien. Disfrútalo, me encantaría tomarme una cerveza en ese "chiringuito" junto al río. O no tomarme nada y simplemente estar ahí. Me alegra ver que aunque perdieras tu equipo fotográfico sigues haciendo unas fotos maravillosas que transmiten perfectamente ese mundo en el que vives ahora. Qué bien.
ResponderEliminarHola Eduardo ..Hola Elevalunas...yo también me apunto al chiringuito...¿Edu nos invitas???
ResponderEliminarGenial Edu. Te sigo, ahora desde el DF, y cada vez me engancho más. Este trabajo tiene que conocerse. Un besote. Gabi
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